viernes, 13 de junio de 2014

HISTORIA DEL DIBUJO ARTISTICO





        El dibujo es una de las artes más antiguas utilizada ya en las cuevas paleolíticas para la representación de animales, personas o ideogramas. Aunque es una técnica de arte en sí misma, posteriormente se ha utilizado como paso anterior a la realización de obras con otras técnicas al realizar bocetos preparatorios en los que se compone la escena, se distribuyen las figuras en el espacio, ...

       La característica específica del dibujo es la utilización de la línea y el trazo generalmente con ausencia o escaso uso del color, pero también tiene como propios:
    * unos soportes determinados (tablillas, láminas, papel, pergamino, ..).
    * unas técnicas (puntas o estiletes, plumas y plumillas,...).
    * cierta rapidez en la ejecución de la obra.
    * unas dimensiones más bien reducidas.




 Como primaria y directa expresión figurativa y parte, posiblemente, de un ritual semimágico, el dibujo existe desde tiempos prehistóricos, como lo atestiguan las pinturas encontradas en las paredes de las grutas mediterráneas y franco-cantábricas. Sin embargo, el dibujo preparativo, como fase esencial de un producto artesanal, se remonta al arte egipcio. También los griegos y romanos utilizaron el dibujo pero, a excepción de los testimonios de Plinio el Viejo y algún otro historiador, no se ha observado nada de la obra de Apeles o de Parrasio mencionadas en las fuentes. Del periodo medieval, en cambio, disponemos de ciertos testimonios gráficos originales, como por ejemplo, la planta-proyecto de la abadía de Saint Gall (S. VIII) o bien los cuadernos de repertorios iconográficos y motivos decorativos, entre los que destacan las de Adómar de Chabannes, el más antiguo (S. XI), y de Villiard de Honnecourt, el más instructivo. Este último se remonta al S. XIII y es un clásico cuaderno de notas de trabajo, que contenía las figuras y los bocetos arquitectónicos de todos los artistas que trabajaban en el taller. Los citados cuadernos y otros análogos, eran objetos valiosos porque estaban formados por folios de costosos pergaminos y, por tanto, eran conservados en los talleres como un bien que debía ser puesto al día y ampliado continuamente. A la muerte del maestro, el cuaderno pasaba, por lo general, a sus herederos espirituales: el cuaderno de Villard, por ejemplo, pasó a manos de tres artistas. Muchos autores sostienen que hasta los S. XIII y XIV el dibujo era un simple instrumento de trabajo sin valor artístico propio. En realidad, nuestros conocimientos sobre el periodo anterior a Giotto están demasiado faltos de documentación para poder formular afirmaciones tan tajantes. Sabemos, en cambio, que en la Alta Edad media se utilizaban tablillas de madera encerada o recubiertas con polvo de huesos en las que los artistas se ejercitaban dibujando sobre ellas con un estilete.









Tales tablillas podían ser reutilizadas continuamente y eran la única alternativa a los costosos pergaminos. Esta práctica no desapareció hasta el S. XV y fue dejada de lado definitivamente, cuando la naciente industria editorial trajo como consecuencia el abaratamiento del precio del papel (causa del sensible incremento numérico del dibujo durante la segunda mitad del S. XV, con respecto a la primera mitad del mismo siglo). Tales cuadernos, por tanto, nos presentan tan sólo una imagen parcial de la producción gráfica del medioevo. A partir del S. XIV el dibujo alcanzó un nuevo estatus. El dibujo arquiTectónico del que nos han quedado prestigiosos ejemplos, como los proyectos para la ejecución de las fachadas de las catedrales de Orvieto (1310) y Siena (1339), se utilizaba más cada vez con objeto de fijar sobre el papel los proyectos cuya construcción se prolongaba durante varios decenios; se perfeccionó la técnica de la sinopia, es decir, el dibujo realizado con tierra de sínope en la pared destinada a ser pintada al fresco; sobre todo, en el taller de Giotto, se desarrollaron modelos icnográficos que fueron repetidos, con variantes o sin ellas, durante largo tiempo. Los cuadernos de notas tuvieron, tanto en el S. XIV como en el XV, un papel esencial, pero cambió su carácter: pasaron de ser solamente un repertorio de motivos iconográficos o formales para ser utilizados en los talleres, a contener anotaciones de viaje o apuntes personales (que igualmente continuaron siendo usados en los talleres). El célebre cuaderno atribuido a Gentile da Fabriano que más tarde pasó a manos de Pisanello y cuyos folios se encuentran hoy día dispersos en diversos museos y bibliotecas, es el más célebre cuaderno de viajes de la época, mientras los dos espléndidos cuadernos de Jacopo Bellini (Louvre y British Museum) están formados por “cuadros dibujados”, o sea, composiciones que no estaban pensadas como dibujo preparatorios de una pintura o de un cuadro, sino como expresiones artísticas autónomas, de tanto valor que son mencionados en el testamento del artista y dejadas en herencia a sus hijos como un bien preciado. Al mismo tiempo, a través de los tacuina sanitatis y de los herbarios, se desarrolló el estudio del mundo animal y vegetal, como lo demuestran algunos cuadernos atribuidos a Paris de Grassis y a su círculo. A principios del S. XV, el dibujo ya se había convertido en un instrumento esencial para el estudio de la antigüedad y la naturaleza así como para la transmisión de modelos y la búsqueda de nuevas composiciones. De aquí el interés teórico inicial por esta forma de expresión: Cennini recomienda a los que se inician en la pintura “que no dejen de dibujar alguna cosa cada día”, y Ghiberti dice: “el dibujo es fundamento y teoría... de todo arte”.

Pero el periodo más importante del dibujo fue el S. XVI que presenció, por razones de orden social y cultural, la plena madurez de su potencialidad.  En la Italia humanística el dibujo se convirtió en el instrumento de investigación por excelencia y no sólo limitado a los complejos estudios de perspectiva de un Piero della Francesca o de un Paolo Uccello, sino llevado, con Leonardo, al análisis científico del hombre y del mundo natural. Leonardo fue el primero que llegó a una distinción razonada entre “diseño mental” o proyecto del artista, remitiéndose a la Idea neoplatónica, y diseño del artífice cuyo primer esbozo era considerado una in­tuición de aquella Idea. De hecho, sólo el esbozo es capaz de fijar los “movimientos”: ésta es la premisa en que se asienta el posterior razonamiento de Baldinucci, según el cual la mancha resulta fascinante no sólo porque refleja la primera idea del artista, sino porque, además, es imposible de falsificar, elemento muy importante a la hora de identificar o atribuir una obra. El dibujo por tanto, no fue sólo un instrumento de trabajo e investigación sino que asumió un valor por sí mismo, hasta el punto de que el propio Leonardo expuso en público un dibujo para una santa Ana. Fue también Leonardo el que introdujo novedades fundamentales, tanto técnicas -como la sanguina, piedra blanda “que proviene de los montes alemanes” (Vasari) y que permitía realizar los dibujo con mayor facilidad y rapidez- como tipológicas, los llamados “presentation drawings” (o “dibujos magistrales”), llevados a cabo por encargo de personas pudientes o de amigos. El primero de estos dibujo, conocido a través de fuentes, es Neptuno realizado por Leonardo para su amigo Antonio Segni, pero los más famosos son los donados por Miguel Ángel a Vittoria Colonna y Tommaso de Cavalieri: dibujos muy bien terminados que poco tienen que ver con el esbozo. Miguel Ángel encarnó el mito florentino del dibujo contrapuesto al color véneto; el triunfo del artista, como cima suprema de la evolución artística descrita en las Vidas de Vasari, significó también el pleno reconocimiento del dibujo como actividad artística autónoma. Por una carta de Miguel Ángel a su hermano sabemos que el magnifico dibujo de La batalla de Cascina (1503) estaba guardado bajo llave: Vasari recuerda cómo, muy pronto, se convirtió en la academia de las jóvenes generaciones. Estos he­chos son la prueba evidente del prestigio que alcanzó el dibujo como expresión directa del genio del artista, valor imprescindiblemente ligado al nuevo interés por la ori­ginalidad de la invención compositiva. Desde luego, la contraposición vasariana entre dibujo florentino y color véneto era artificiosa, como lo demuestran los esplén­didos dibujos de Carpaccio y Tiziano; pero es un hecho que la mayor parte de las hojas de los S. XV y XVI, llegadas hasta nosotros, pertenecen a maestros toscanos. Este hecho está relacionado, en parte, con el precoz desarrollo del coleccionismo -de Ghiberti a Vasari, de los Médicis a otros nobles florentinos- y con el reconocimiento teórico de la utilidad y autonomía del dibujo que, según Vasari, es “el padre de las tres artes”.

Hacia finales del S. XVI, en los escritos de los teóricos manieristas, se cumplió un proceso que iniciado con el “diseño mental” de Leonardo alcanzó gradualmente el “diseño interno” de F. Zuccari, según el cual el proyecto -la idea- era más importante que su ejecución: este concepto está ligado a la emancipación social del artista que ya no adquiría su formación en el taller sino en la Academia. Los artistas eran cada vez más cultos y conscientes de su papel, hasta el punto de que, en 1615, Guercino decidió organizar, con gran éxito de público, una muestra para exponer sus dibujos. Al mismo tiempo, en la academia fundada por los Carracci en Bolonia, había disminuido el interés por la copia de los modelos de cera o madera, fundamento de los talleres manieristas, privilegiándose el estudio del natural; de este modo se iniciaba una práctica académica destinada a mantenerse intacta hasta el S. XIX.

El Cinquezento fue un siglo fundamental para el desarrollo del coleccionismo y por ello, para el reconoci­miento y apreciación del valor autónomo del dibujo: como recuerda Dolce, en 1557, los dibujos de Rafael eran va muy costosos. El primer noble coleccionista de quien tenernos noticias fue el veneciano Gabriele Vendramin. Pero el reconocimiento del valor crítico de los dibujo en la historia del arte corresponde de nuevo a Vasari. Cuyo Libro de dibujos, en cinco tomos, era una interpretación ilustrada de sus Vidas. La tradición de Vasari continuó en el siglo siguiente con F. Baldinucci que ordenó y catalogó con gran pericia los dibujos que coleccionaba el cardenal Leopoldo de Médicis y que después han sido la base del extraordinario Gabinetto dei Disegni de los Uffizi. A lo largo los S. XVII y XVIII, el ámbito, de los entendidos e interesados por el dibujo se extendió al norte de Italia (donde el padre Resta creó una “galería móvil”, organizada por la escuela y ordenada cronológicamente), a Francia e Inglaterra, donde los grandes coleccionistas (Jabach, Crozat, Mariette, Lely, Richardson y Reynolds) importaron gran parte de los te­soros gráficos del renacimiento italiano que fueron la base de los actuales Cabinets internacionales más importantes, de las colecciones reales de Windsor y del British Museum, desde el Louvre, a las colecciones de Oxford. La connoisseurship ratificó la noble posición con­quistada por el dibujo y trajo consigo el problema de las falsificaciones lo que también pone de manifiesto el valor económico que ya se le atribuía a la gráfica.

De manera paralela al desarrollo del fenómeno del coleccionismo, empezaron a difundirse o perfeccionarse algunas técnicas en consonancia con los nuevos tiempos: el pastel, técnica muy eficaz para el retrato (cabe citar a J. E Liotard y Rosalba Carriera); la acuarela, utilizada, sobre todo, por los paisajistas, en especial ingleses (W. Turner) porque permite reproducir con mayor verosimilitud la transparencia de la atmósfera; y desde 1790, la utilización del lápiz de grafito Conté, ligero y tenue, característico de los dibujos de puristas y nazarenos. No decayeron, sin embargo, los dibujo tradicionales, como los desnudos académicos realizados a carboncillo, los dibujo a lápiz y a pluma, técnicas que también se ade­cuaron a la caricatura, que ya se había impuesto, como al vedutismo y a los diseños escenográficos.

Goya es quizás el último de los grandes dibujantes clásicos. En los dibujo que realizó a partir de su enfermedad -recogidos en álbumes y realizados preferentemente a la aguada de tinta china a pincel y, más adelante, a la sepia- se refleja su extraordinario potencial creativo.







Sólo una parte de ellos son obras preparatorias de cuadros y grabados.

        Hacia mediados del S. XIX el dibujo entró en crisis, en parte a causa de la difusión de la fitografía y en parte por la decadencia de la enseñanza académica. Pintores como E. Delacroix y T. Gericault consideraron más indicado afrontar directamente el esbozo; y aunque los grandes artistas de los S. XIX y XX, como Degas, Cézanne, Picasso y Klee, continuaron dibujando, por lo general, el arte del dibujo acabó reducido al campo de los carteles, la publicidad, la arquitectura y el diseño industrial.

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